Fabiola Vilte

Nací en San Salvador de Jujuy, Argentina; el 7 de octubre de 1980, por la noche, justo cuando la ciudad estaba de procesión en la plaza por el día de la Virgen del Rosario. Mi madre, contrariando a toda la familia, decidió no seguir la tradición de ponerme el nombre de la virgen y como nadie se lo esperaba, me llamó Fabiola. A mi madre también le debo, extrañamente, el placer por hacer teatro. Sí, yo estaba creciendo dentro de ella cuando en la escuelita de Susques, se encendían las velas para ver a los niños y niñas actuar en las piezas que mi madre dirigía. Con los años, ya en la ciudad, me tocó ver el teatro de lejos, sin entender por qué no me elegían para salir en los actos de la primaria. Sin embargo nadie me pudo quitar el placer que sentía del solo estar en el salón de actos de la escuela… ese telón rojo fuego… las butacas y el piso de madera… ese aroma… Hasta que ya de adolescente, un taller de teatro me hizo quedar en el escenario y pude experimentar en mi cuerpo un vértigo indescriptible… una bandada de pájaros oscuros agolpándose en mi estómago… un doloroso placer… Lo que siguió después hasta hoy fue el seguir buscando ese placer. En pleno ejercicio de mi libertad, viajé 320 kilómetros y me instalé en Tucumán para aprender a ser actriz en Universidad a la que asistí durante muchos años. Fue en Tucumán donde me encontré a mí misma y al teatro que quiero hacer. De esos años me quedan: imágenes y recuerdos de ejercicios, ensayos de prueba y error, días enteros con ropa de entrenamiento en la sala Paul Groussac (la Polgru), mi aprendizaje con el grupo La Baulera, el contacto con la obra de Jorge Gutiérrez y la puesta de O (versión libre de Otelo de Shakespeare) donde le puse carne al personaje de La Cantante, en el Bar de Teddy del Abasto (2003), un micrófono, y un vestido verde, como el paño de la mesa de billar y mis primeras experiencias como performer. Después vinieron más trabajos pero lo que más me ha hecho vibrar en el escenario fue el riesgo de la puesta en escena de Suspiro Crudo Fosforescente con el grupo Indigo Teatro (2005). Cuerpos frágiles que iban por el aire, porque para este trabajo a mis compañeros de escena Gonzalo Véliz, Iván Santos Vega, Loló Robles y a mí, nos habían crecido alas. Yo era La que ronda y andaba como sombra por la escena, y aunque no emitía voz sino hasta el final, pude conectarme con la energía de una presencia que invadía mi cuerpo: una mujer con su sexo inspirando poesía, una imagen que nunca podré ver sino a través del relato de los espectadores. Valientemente hice Una más…(versión unipersonal de la Casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca) esta vez fundando mi propio grupo El Colectivo Teatro (2008). Me di con el gusto de interpretar el texto que más quiero y de poner el cuerpo para que aparezcan Bernarda, La Poncia, Martirio, Adela y María Josefa en una cocina a llorar sus soledades, muy cerca del espectador. Un encuentro a tomar el té en casa de Liliana Juárez derivó en la puesta de Traviata (2010). Aquí, otra vez los misterios del teatro me llevaron a ser Rosa, la sucesora, una chica del bajo fanática de Gladys, la Bomba Tucumana. Un homenaje a su música y a la cultura popular a través de este personaje. Atesoro sus palabras, de haberse visto por unos minutos ahí, en el escenario sin estarlo. Cada personaje que he creado ha sido un viaje de aprendizaje con mi cuerpo y con mi piel que viene de las montañas milenarias, de tiempos sin fronteras, sin nacionalidades, sin pasaportes. Entre tantos caminos he decidido el menos conocido, el que a veces me deja sola y a oscuras, el difícil, el que va de subida. El que me lleva a vivir intensamente y a buscar mis propias respuestas: el Teatro. Salta, junio 2015

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