Susana Santos

Soy Susana Santos. Parece un nombre artístico. Es sonoro y con esas eses susurrantes. En la vida hice lo que quise: soy una lectora voraz, y me convertí en Profesora en Letras. Amo las tablas, y soy actriz. Vivo de mis dos amores, dos sustancias armónicas e indisolubles. Y lo más maravilloso es que me pagan por ello. Empecé a forjar lo que soy en el Conservatorio Provincial de Arte Dramático, donde hallé a mi maestro, Bernardo Roitman, inolvidable para mí. Al egresar hice lo que todos: con mis compañeros formamos el grupo ATA (Actores Tucumanos Asociados ¡ Qué pretenciosos!) Y tuvimos el privilegio de inaugurar la Sala Caviglia con una obra para niños. Con ella nos largamos a clubes, casas, escuelas, parroquias…. Por caminos peligrosos de 1975 estuvimos en sindicatos cañeros. Época dura vivida con la temeridad de la juventud. Actué en todo: teatro, cine, televisión, radio, teatro de revista. Sí, ése donde salía con una bikini de lentejuelas verde-loro y el plumerío en la cabeza. Sólo me falta el circo, ¿y por qué no?. Soy payasa de alma. Me gusta el humor inteligente. El mío tiene una pizca de ironía. Me río de mí misma, y bromeo con amigos y compañeros. Con ellos, no de ellos. Y eso es saludable. Soy histérica como casi todos los artistas. Expresiva, exagerada, espontánea y frontal. Por eso desecho la mentira, el doblez, la traición. Traspasé las fronteras hasta Canadá en dos ocasiones, haciendo conocer en esas latitudes magníficas obras argentinas dirigidas por Jorge Alevs, con un grupo independiente invitados al The Fringe, un festival anual internacional. Mi otra pasión, las letras, me llevó a dictar clases en la Facultad de Arte, donde enseño a hurgar más allá de las palabras, a descubrir la esencia, a develar el contexto de cada obra. Así enlazo en un maridaje perfecto mis dos pasiones. Amé y fui amada. Tuve muchas hijas: la Yoli, la Paloma, La Poncia, Sesonia, Electra, Antígona….. y tantas, cuya gestación no duró nueve meses, pero a todas las parí en el escenario. Ahí andan por el mundo en la memoria de algunos, en fotos ya ocres, en diarios y en grabaciones. Esa amalgama de historias, leídas o interpretadas, me condujeron al taller de narradoras. Y aunque estos relatos no son infantiles, el contar me trae reminiscencias de la niñez. Me diversifico también en la seducción de la delicadeza del óleo y la vertiginosidad del acrílico, que me sirven para expresar en el lienzo las formas conscientes e inconscientes que habitan en lo más profundo de mi ser. El tiempo me lleva a una madurez ansiosa de cambios, de desestructuras. Doy la bienvenida a las mentes abiertas, creativas, originales. Mi carrera sigue y me siento plena y agradecida a los directores y compañeros que me ayudaron a crecer. Sin embargo, aún hay en mi sangre gotas de rebeldía. Detesto el autoritarismo, a los de palabras huecas, promesas vanas, mano larga y entendimiento corto. Por eso no milito. Inculco honestidad, entendimiento, tolerancia, desde mi trinchera: el teatro y el aula. Sé que el teatro no va a cambiar al mundo, pero sí ayuda a replanteos, a cuestionarse y cuestionar, a confrontarse con la memoria y la denuncia, ya que el arte del actor madura “ de la necesidad ciega, del trabajo obstinado y del espíritu de la improvisación, y contiene semillas de nuevas verdades rebeldes” (Eugenio Barba) Soy y seré siempre una actriz.

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