Lilian Mirkin

Seguiré buscando siempre, un lenguaje que exprese mi presente…no sé si será en el teatro, en la docencia, en la cocina o en todos a la vez. De niña solía payasearle a mi papá, era mi feliz espectador. Cuando él murió, yo tenía 15 años y el teatro me ofreció un lugar dónde poder preguntarme sobre su muerte. El teatro me permitió exorcizar ese tremendo dolor, también la plástica y la danza, pero fue el teatro, con su nobleza característica, que me abrigó profundamente. Comencé de la mano de un maestro, Máximo Gómez y otros compañeros quienes sentíamos esa pulsión por descubrir las posibilidades expresivas del teatro. Era el principio, fue un grupo, Caverna, donde inicié con fuerza este camino. Luego seguí al lado de Nicolás Aráoz y formé parte del Grupo Tajo, vinieron bellas obras y con ellas los reconocimientos. Después ingresé al Teatro Estable de la provincia, y durante diez años intercambié experiencias con directores del ámbito nacional y provincial. Fue muy difícil entender ahí el trabajo teatral, sin el condimento filial que yo traía de los Grupos Independientes. Decidí entonces desde el 2011, dar un paso al costado, y promover un proyecto de Educación dentro del Estable, formé el Grupo de Teatro de Niños y Jóvenes de esa institución. Es que entiendo el teatro sin jerarquías, como una búsqueda “grupal” donde se encuentran metáforas para hablar de la verdad que atañen a todos. Ahondar en los misteriosos lenguajes que construimos con cada obra es un juego exquisito, necesario, vital. Es hacer música entre todos, con las cuerdas más afinadas de nuestro ser, con la escucha a flor de piel… Siempre abordé el trabajo actoral desde lo físico, visualizando las fuerzas primarias y puras que había en cada personaje, para luego dibujarlas en el cuerpo; los ejes, el equilibrio, la voz, el ritmo de la acción, eran líneas instintivas para relacionarme con un boceto del personaje, que después se encarnizaba más y más en contacto con el espacio escénico, y con la estructura total del espectáculo.